domingo, 30 de diciembre de 2007

LA BANDA SALVADOREÑA EN ESTADOS UNIDOS


“En una hora, en una hora.” Con esa frase, los jóvenes de la banda Nuestros Ángeles de El Salvador, los medios de comunicación, familiares, organizadores, amigos y compatriotas pudieron mantener la espera el sábado 29 de los cinco buses a la frontera de San Ysidro y Tijuana. El suspenso se mantuvo entre todos, mientras los jóvenes esperaban mirar el paso que les permitiera ingresar a Estados Unidos. La luz del día y el tenue calor se fue y no se pudo ver el arribo de los salvadoreños.
Aunque la noche y el frío llegaron, los estudiantes aún no hacían su entrada triunfal. A las 10 de la noche, al final de la línea, en medio de centenares de automóviles que intentaban entrar, cinco colosos se formaron. Por las ventanas se podía ver las cabezas de los integrantes de la banda tratando de observar el paso fronterizo. En un sector restringido por las autoridades federales, uno a uno con equipaje en mano y usando un gorro blanco, los estudiantes descendieron de las naves que los habían traído a conquistar su sueño.
Una bandera azul y blanca que colgaba de la espalda de un estudiante, atravesó la garita y llegó hasta el segundo punto de seguridad. Parecía un superhéroe al rescate de alguien, tal vez de sus anhelos. Pese a que tres ventanillas fueron habilitadas por los oficiales de inmigración, fue hasta las 12 de la noche (hora local) que los primeros 20 estudiantes del INFRAMEN ingresaron a Estados Unidos.
En medio de un intenso frío, como niños pequeños e indefensos salieron mirando hacia todos lados. “No lo podemos creer, ya estamos aquí... casi que no lo logramos”, dijo José Neftalí Galdámez, de 17 años. Del asombro pasaron a la alegría y a la felicidad, a los aplausos, y una sonrisa de oreja a oreja fue el saludo para aquellos que los esperaban.
Todos hablaban al mismo tiempo, todos preguntaban, todos se arrimaron al carro que daba un poco de calor... Tantas historias fueron contadas en cinco minutos que nadie hubiera podido registrar toda la información al mismo tiempo. Tan solo una pregunta logró llamar la atención de todos: ¿cómo llamamos a El Salvador? Una tarjeta telefónica fue la respuesta. De la nada la herramienta apareció, y a las 2 de la mañana (hora de El Salvador) varios padres de familia en San Salvador supieron de sus hijos. En Soyapango, Rosa María Soriano no podía dormir esperando noticias de su hijo José Daniel. Raúl Pineda no demoró en contestar la llamada de su hijo Ernesto. “Ya llegamos”, les dijo Moisés Monroy a sus familiares que viven en Santa Cruz, California. La tarjeta no alcanzó para todos pero tranquilizó a algunas madres.
Todos querían ver el muro, y muchos se preguntaban por qué jóvenes norteamericanos ingresaban a México a esas horas. En Estados Unidos no es permitido ingerir alcohol antes de cumplir 21 años, es la respuesta. “Si pudiera vivir aquí, educarme y trabajar, no pensaría en tomar un trago”, dijo José Samuel Hernández, quien trabaja como panadero.
Mientras uno a uno ingresaban con una visa de turismo a la unión americana, del otro lado una fila de indocumentados eran deportados. El contraste los hizo reflexionar una vez más y advertir que no importó dormir poco, aguantar hambre y sed, ver de cerca a maleantes y narcotraficantes, porque esta odisea abrió la puerta a una oportunidad.
Conscientes de que no podrán pasear ni salir de compras, que tal vez tengan que hacer la misma travesía de regreso, el hecho de saber que participarán en el Desfile de las Rosas los mantiene invencibles a los obstáculos. Con un grito de felicidad, unidos, los cinco buses partieron a las 3 de la mañana desde San Ysidro, rumbo a Los Ángeles, con el sueño de convertirse en uno de ellos.