Señoras, señores:
Nos reunimos esta noche con el fin de poner en marcha un calendario de actividades cuyo fin central es rememorar el primer grito de la independencia patria.
El Bicentenario de esa gesta, es un motivo de celebración que nos identifica, nos une y reafirma como una hermandad de cuerpo y espíritu. Nos constituye como una auténtica comunidad de origen y de destino.
Nacimos de esa gesta como voluntad de pueblo libre, resuelto a liberarse de ataduras al destino ajeno; como comunidad que se unía a otras gestas similares desatadas en el continente con el fin de autodeterminar su presente y su futuro.
De modo que iniciamos hoy la celebración de la primera expresión del sentimiento de pertenencia a la patria.
Celebramos el nacimiento de nuestra identidad, de pertenencia a un territorio común, de comunidad de lengua y de cultura.
En suma, celebramos el origen de El Salvador en Centroamérica, nuestro lugar propio en el mundo.
Quienes lideraron aquel proceso crucial de nuestra historia enfrentaban entonces, por primera vez, el difícil reto de definir los principios y pilares de esa comunidad emergente. Y al hacerlo se enfrentaban ya, en aquél momento, a la pregunta crucial: ¿Qué somos? ¿Qué país queremos? ¿Qué futuro deseamos construir para nosotros, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos?
Esa pregunta sigue hoy tan vigente como en 1811 y, al igual que entonces, su respuesta no cobra sentido si no nos situamos como naturales de Centroamérica, como un miembro de la familia centroamericana.
No nacimos para ser la Nación salvadoreña, aunque durante largos períodos de nuestra breve historia, hayamos olvidado el propósito originario de nuestra existencia.
Aspiramos a la libertad con la clara conciencia de que sólo la alcanzaríamos en unidad con nuestros hermanos y hermanas de la región.
Nuestra historia -como la de nuestros hermanos centroamericanos- está surcada de grandes sueños, epopeyas y momentos de gloria, pero también de traiciones, decepciones y oportunidades perdidas.
El proyecto inspirador de una Centroamérica unida, próspera y llamada a un futuro de grandeza, que tomó forma en 1923, se disolvió poco después entre luchas intestinas y rumbos desencontrados.
Fue la primera oportunidad perdida para nuestra región y nuestro país, aunque no la única.
No quiero hacer de estas palabras un recuento de conflictos y fracasos, pero sí quisiera hacer una breve reflexión sobre las dos causas fundamentales que creo se pueden identificar en el origen de nuestras debilidades.
Dos constantes se han reiterado a lo largo de estos primeros doscientos años que han impedido el desarrollo del pueblo centroamericano: La primera constante, la exclusión de las grandes mayorías y una profunda división y desigualdad política y social.
Ya desde los primeros movimientos independentistas los pueblos indígenas fueron marginados de la toma de decisiones y, durante todo el siglo XIX y gran parte del XX, la historia la escribieron las minorías dominantes.
Fuimos creciendo en el enfrentamiento entre hermanos, en la injusticia, en la exclusión y en la idea de que el destino de la pequeña patria salvadoreña era el destino de la pequeña patria salvadoreña, era el destino de minorías que se servían del conjunto y lo ignoraban.
Esa desigualdad histórica condujo al conflicto armado y con él a la definición de dos bloques sociales y políticos que se han negado a la posibilidad de un destino común y establecieron el “juego de suma cero” como única estrategia política.
Estas dos características de nuestra Historia: la exclusión de amplios sectores de la sociedad en la toma de decisiones y la práctica de la política como una batalla a muerte contra el opositor, son sin duda, los grandes lastres que han frenado el desarrollo de El Salvador desde hace 200 años y que todavía hoy no hemos sabido resolver como nación.
En 1992, tras años de guerra fraticida, la Historia nos puso nuevamente frente a una oportunidad histórica. La firma de los Acuerdos de Paz abrió nuevamente la puerta al debate sobre el destino de nuestro país y de nuestro pueblo.
El espíritu que sentó a la misma mesa de la concordia a bandos enfrentados, selló la paz y despertó el sueño de una nueva etapa histórica capaz de superar las causas que nos habían sumido en la desunión y el atraso.
Creímos, entonces, que El Salvador podría comenzar a andar el camino de la integración y la unidad y de la superación de las condiciones de pobreza y miseria en que se debatían las grandes mayorías nacionales.
No corresponde esta noche por supuesto, hacer un análisis de las razones que frustraron aquel sueño.
Vivimos casi dos décadas en las que fuimos construyendo parcialmente una democracia estable y profundizando el atraso, la exclusión y la injusticia. Esa realidad ha sido la muestra cabal de que perdimos esa segunda oportunidad histórica.
Sin embargo, ustedes bien lo saben, los pueblos que padecen esas frustraciones vuelven a reconstituirse en nuevos sueños y desafíos.
En nuestro caso, el cambio, la alternancia política en el poder, hizo nacer una nueva esperanza en el corazón de las salvadoreñas y salvadoreños.
Esa alternancia, que se hizo realidad en el año 2009, supuso no solamente la maduración y consolidación de nuestra institucionalidad democrática, sino también un nuevo punto de inflexión en nuestra historia, una nueva oportunidad de redefinir la propia idea de Patria, de destino común, de futuro para nuestro pueblo.
La nueva oportunidad se comprende a poco que se analizan la realidad actual de El Salvador y el proceso que vive el mundo en el presente.
Se trata, en verdad, de una relación especular, de una relación de espejo entre ambas realidades –la local y la planetaria.
A nivel internacional, las recurrentes crisis económico-financieras han puesto al descubierto el agotamiento del ciclo del capitalismo salvaje y sin fronteras.
Las naciones pobres y en desarrollo, reclaman un nuevo orden mundial, fundado en la justicia, y para ello se agrupan en bloques regionales para exigir el cambio de las reglas de juego y hacer escuchar su voz en los foros internacionales.
Y al mismo tiempo, las masas de los países oprimidos por la autocracia se rebelan y luchan por la libertad y la democracia plena.
Se trata, en efecto, amigo y amigas, de una nueva vuelta de tuerca de la revolución democrática.
En términos similares, la exclusión y la autocracia fueron puestas en jaque cuando el pueblo salvadoreño se pronunció por la alternancia y por el cambio, en las elecciones históricas del 15 d marzo de 2009.
En términos generales –y en mérito a la síntesis histórica- El proyecto nacido de aquellas elecciones se ha asentado en dos pilares:
La unidad nacional y la inclusión de las grandes mayorías, que son en definitiva las dos asignaturas pendientes de nuestra historia.
La unidad nacional, expresa el anhelo profundo del pueblo de superar las antinomias, la contienda política como una guerra y la concepción del Estado como de un botín al servicio de los intereses de una minoría y en detrimento de la mayoría.
La unidad nacional significa, señoras y señores, que es posible vivir en un país que dirime sus diferencias con el diálogo, que se gobierna con consenso, que ha superado definitivamente la concepción oligárquica del poder.
Este es el gran cambio que nos ha pedido el pueblo y en el que trabajamos día a día.
La otra gran premisa del gobierno es trabajar para las grandes mayorías. En ese sentido, el mandato que he recibido de los salvadoreños y salvadoreñas, es ser el gobernante de todos y es por ello que he debido despojarme de todo color político, de toda bandera partidaria.
Amigas y amigos:
La división ha sido –en nuestros primeros doscientos años de historia- una constante: división regional, división nacional, división ideológica y social y hasta división familiar.
Nuestras generaciones mayores y nosotros mismos hemos vivido en una patria desgarrada, que no puede sino generar frustraciones y violencia.
De modo que alcanzar la paz y el bienestar comienza por pacificar los espíritus y crear las condiciones para el desarrollo económico con equidad.
En este punto, estamos frente a la oportunidad de superar los enfrentamientos y comenzar a construir alternativa de poder desde el respeto y el reconocimiento del otro como hermano.
Esta es nuestra oportunidad histórica, 200 años después del primer grito de independencia, para asumir de una vez por todas nuestro destino común.
Es necesario, y lo digo con plena convicción y sinceridad, que dejemos de ver en el que elije otra opción política a un enemigo que debemos aniquilar.
Pero también es necesario que derribemos de una vez por todas las barreras sociales que aún privan a grandes mayorías de sus derechos fundamentales.
Si superamos esos muros de intolerancia y de marginación avanzaremos en la construcción de un nuevo desarrollo estable, de un mejor futuro, de una renovada esperanza.
Por eso, amigos y amigas,
Quiero cerrar estas palabras haciendo un especial llamamiento a los líderes de nuestro país. Líderes políticos, líderes empresariales, sindicales, líderes espirituales, religiosos y sociales…
Mi llamado es para decirles que escuchen esa voz alta y clara con la que las grandes mayorías expresan su deseo de consenso, de diálogo y de unidad.
Escuchen la voz de quienes cada día con su esfuerzo trabajan por levantar este país sin erigir banderas políticas, sin distinguir colores ni intereses particulares.
El pueblo salvadoreño no está pidiendo promesas electorales imposibles de cumplir que se diluirán de nuevo en desencanto tras los comicios electorales.
Tampoco espera de nosotros verdades a medias que ayuden a mantener los privilegios de unos pocos y sacrifiquen el futuro de la mayoría.
El pueblo salvadoreño nos pide acuerdos de nación, políticas de Estado que permanezcan independientemente del partido de turno en este o aquel cargo.
Nos pide que miremos al largo plazo, que elevemos nuestro espíritu y pongamos por delante de nuestra carrera política, de nuestras ambiciones personales y partidarias, de nuestros intereses sectoriales o de grupo el futuro de los salvadoreños y salvadoreñas que confían en nosotros.
Por eso, una vez más, les pido a los líderes de nuestro país y en especial a la clase política salvadoreña que muestre su patriotismo y que su grandeza en este bicentenario que lo hagan mediante el diálogo y la creación de políticas de Estado para el desarrollo.
Hoy es el momento de sentarnos a dibujar los grandes acuerdos que definan nuestro futuro. Hoy y no dentro de un año cuando pasen las elecciones.
No podemos aceptar ni como políticos, ni como servidores públicos, ni como ciudadanos que el destino de nuestro pueblo se vea pospuesto permanentemente por la batalla electoralista.
Hoy es el momento de tomar decisiones que no dependan de los vaivenes de las urnas, decisiones responsables, decisiones en que todas las voces sean escuchadas y que nos hagan sentir orgullosos de pertenecer a este país.
Amigos y amigas:
Todos y cada uno de los salvadoreños y salvadoreñas tenemos un destino común. Somos compañeros de viaje inseparables y solo alcanzaremos nuestras metas si caminamos de la mano.
Ese es nuestro primer reto, abrazar ese destino común dentro de nuestras fronteras y también con nuestros hermanos centroamericanos, sin los cuales nuestra Historia no podría seguir escribiéndose.
Como decía al principio, la celebración de este Bicentenario es la ocasión perfecta para preguntarnos una vez más ¿Qué país queremos? Y ¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para hacerlo realidad?
Para este Presidente, como principal y primer servidor público, la respuesta es clara:
Tenemos que trabajar por la unidad de nuestro pueblo, por la recuperación del sueño de la unión Centroamérica unida y por la consolidación de una democracia en la que, esta vez sí, todos y todas sean artífices de un destino común en paz y armonía.
Ojalá los próximos años nos den la posibilidad de reescribir la Historia sin hablar de oportunidades perdidas, sino de sueños realizados.
Aprovechemos entonces este tiempo fértil del Bicentenario para vivirlo juntos, para pensar juntos, pero sobre todo para marchar juntos.
Este Bicentenario debe de tener como premisa fundamental la conquistas de la unidad nacional.
Desde que asumí la Presidencia de la República dije que iba a construir un Gobierno de unidad nacional. Esa es la única salida posible que tenemos como país.
Tenemos que estar por encima de nuestros intereses partidarios y sectoriales, tenemos que trabajar y marchar juntos.
Y aún cuando este es un año previo a las elecciones, y por lo tanto que puede ser distorsionado por los apetitos electorales de los partidos políticos, yo invito a los liderazgos partidarios, a los liderazgos empresariales y sociales del país a que dejemos a un lado nuestros intereses sectoriales para trabajar y marchar juntos por la construcción de esa gran nación salvadoreña, de esa gran nación centroamericana.
Gracias a todos y todas. Que Dios los bendiga, que Dios bendiga Centroamérica, que Dios bendiga a la
Patria Salvadoreña.
Muchas gracias.
Presidente Carlos Mauricio Funes Cartagena
Casa Presidencial, 25 febrero de 2011.